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martes, noviembre 11, 2025

Incendios en Galicia: aldeas en pie, políticos ausentes

  • El fuego arrasa montes, viñedos y aldeas enteras en Oia, Vilaboa, Monterrei y Valdeorras. Mientras las familias rurales combaten las llamas a pie de finca, la respuesta institucional sigue llegando tarde.

El fuego que marca la vendimia

Galicia afronta la vendimia más amarga de su historia reciente. En Valdeorras, zona cero del desastre, la Adega Valdesil dio inicio a la recogida rodeada de cenizas. Las viñas, que actuaron de cortafuegos natural, muestran un contraste desgarrador: racimos que sobrevivieron en el interior de las fincas frente a cepas calcinadas en el perímetro.

El presidente del Consello Regulador, Marcos Prada, reconoce que apenas pueden evaluar las pérdidas: “Non temos datos, a xente está exhausta, apenas procesamos o vivido”. La sequía prolongada agrava el escenario: hojas marchitas, racimos secos y variedades enteras consumidas por falta de agua.

En O Ribeiro, Concha Iglesias alerta de un estrés hídrico extremo: “As uvas sofren, algunhas variedades xa se perderon pola falta de auga”. Y en Ribeira Sacra, donde ya comenzaron las vendimias en Quiroga, los viticultores trabajan con miedo a que el fuego reavive lo poco que queda.

La ecuación es clara: menos uva, menor calidad y una campaña marcada por la incertidumbre.

Un verano histórico: Larouco y Ourense como epicentro

La magnitud de esta ola de incendios no tiene precedentes. El de Larouco, con más de 30.000 hectáreas arrasadas, ya es el peor en la historia de Galicia. En Oímbra (17.000 hectáreas) y A Mezquita, las llamas también dejaron un rastro devastador. En Chandrexa de Queixa, dos de los tres frentes quedaron estabilizados tras calcinar 19.000 hectáreas.

En total, la provincia de Ourense supera las 70.000 hectáreas quemadas, además de haber perdido al menos 180 viviendas en apenas dos semanas, la mitad de ellas habitadas. En aldeas como San Vicente de Leira (Vilamartín), el fuego alcanzó 120 de sus 150 casas, dejando pueblos enteros en ruinas y familias sin hogar.

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Oia: una noche de fuego y resistencia

Si Valdeorras simboliza el drama agrícola, Oia encarna la resistencia vecinal. En Mougás y otras parroquias, los habitantes pasaron noches enteras combatiendo el fuego con cubos, tractores y mangueras. La situación llegó a nivel 2 de emergencia y obligó a la intervención de la UME.

Foi unha noite interminable, lume diante e lume detrás. O helicóptero chegou tarde, e se non nos xuntamos os veciños, arde todo”, relata Manuel, ganadero que perdió varios prados de forraje.

El impacto fue doble: pérdida de tierras agrícolas y cancelación de reservas turísticas, con visitantes que huyeron del humo.

Vilaboa: aldeas como cortafuegos humanos

En Vilaboa, en pleno Morrazo, las aldeas se convirtieron en cortafuegos humanos. Vecinos de todas las edades se organizaron en turnos de madrugada para apagar focos con ramas y cubos.

O lume levou o pouco que tiñamos de herba. Agora hai que mercar penso, e quen paga iso?”, se lamenta Rosa, ganadera con 40 vacas.

La sensación general es que los medios oficiales llegaron tarde. “Sen a acción veciñal, moitas aldeas estarían hoxe en cinzas”, coinciden los afectados.

El golpe invisible: la apicultura en jaque

El fuego también golpeó de lleno a la apicultura. En Oímbra, Trives o Maceda, cientos de colmenas quedaron reducidas a cenizas. Las que resistieron se enfrentan a la falta de alimento: con el monte arrasado, las abejas carecen de flores y vegetación.

Sen alimento natural, as abellas non poden sobrevivir. Non é só perder colmeas, é perder ecosistema”, advierte un apicultor ourensano.

El sector reclama ayudas urgentes para evitar perder también la cosecha de miel del próximo año. La Xunta ha prometido ceder terrenos del Banco de Terras, pero los apicultores insisten en que el tiempo corre en contra de las colonias.

Despoblación y riesgo tras las llamas

Los incendios desnudan otra realidad: la despoblación rural. En 47 localidades más de la mitad de las viviendas están vacías; en A Teixeira, el 85 %. En concellos como Vilardevós o O Bolo, apenas un tercio de la población en edad activa trabaja, y la media de edad supera los 56 años.

Ahora preocupa lo que pueda traer el otoño: con el suelo sin raíces ni cubierta vegetal, las primeras lluvias pueden arrastrar ceniza, tierra y troncos hacia ríos y aldeas, provocando riadas de lodo. “Non sei se queremos que chova ou que non chova”, confiesa Óscar Diéguez, alcalde de Montederramo.

Políticos ausentes, burocracia lenta

La crítica más repetida es clara: las aldeas luchan solas. Mientras los vecinos apagan fuegos con sus manos, la respuesta institucional se percibe lenta y burocrática.

Os políticos de vacacións e nós coas casas en xogo”, resume un viticultor de Valdeorras que perdió su hogar. Aunque Xunta y Ministerio de Agricultura prometen planes de recuperación, en el rural prima la desconfianza: saben que las ayudas llegan tarde, y que replantar un viñedo, recuperar un prado o repoblar un colmenar lleva años.

Un verano que deja cicatriz

El balance de este agosto va mucho más allá de las hectáreas quemadas. Son hogares reducidos a cenizas, aldeas despobladas aún más vacías, viñedos y prados arrasados, colmenas calcinadas y vecinos exhaustos.

La paradoja es amarga: mientras los vinos gallegos logran reconocimiento internacional, las viñas que los sustentan sobreviven entre fuego, sequía y abandono. Y quienes mantienen en pie ese paisaje son los mismos que, noche tras noche, se juegan la vida con una manguera en la mano.

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