- La uva sin pepitas de Perú lidera las cenas gallegas, pero el rural resiste con platos tradicionales como el lacón con grelos y el capón de Vilalba.
El Fin de Año en Galicia es una fusión de tradiciones que reflejan tanto la modernidad como el apego a las raíces. Mientras la uva sin semilla importada de Perú y Sudáfrica domina las mesas urbanas, en el rural gallego los sabores locales mantienen su lugar como emblema de las celebraciones.
La clásica uva de Vinalopó, cultivada en Alicante y protegida por Denominación de Origen, pierde terreno frente a las variedades extranjeras sin pepitas. “Es más cómoda y práctica”, explican los placeros. Este año, en mercados como el de Elviña, los precios oscilan entre 5,50 euros el kilo de la tradicional y 7,95 euros el kilo de la de importación. Además, los paquetes con las doce uvas listas para consumir, a 2,60 euros, son la opción preferida para quienes buscan rapidez sin complicaciones.
Sin embargo, lejos de la tendencia hacia la comodidad, el rural gallego reivindica su legado culinario. Platos como el lacón con grelos o el bacalao con coliflor, símbolos de la cocina de temporada, siguen siendo protagonistas en muchas mesas. Estas recetas, elaboradas con ingredientes locales, no solo ofrecen sabor, sino que también son un homenaje a la tierra y a las tradiciones transmitidas por generaciones.
El capón de Vilalba, criado de forma artesanal, es otro de los grandes reclamos para estas fechas. Con precios que pueden superar los 100 euros por ejemplar, es una elección que simboliza tanto la calidad como la identidad gastronómica del rural. “La gente lo sigue buscando porque es un plato especial que no puede faltar en estas fechas”, aseguran desde los mercados de la provincia de Lugo.
Además de la carne, los postres tradicionales como las filloas y la bica mantienen su lugar como colofón de las cenas festivas. En un contexto en el que las uvas importadas y los productos congelados ganan popularidad, el rural gallego demuestra que la tradición puede convivir con la modernidad, ofreciendo una alternativa auténtica y cargada de historia para despedir el año.
Mientras las ciudades adoptan nuevas tendencias, el rural se convierte en el refugio de los sabores de siempre, recordándonos que, en Galicia, la mesa no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma.