- Los montes vecinales tienen más del doble de riesgo de incendio que los privados. ¿Qué pasa con su gestión? El nuevo Pladiga pone cifras y retos sobre la mesa.
Propiedad y fuego: una relación preocupante
Los datos no engañan. En la última década, los montes vecinales de Galicia han ardido más del doble que los de propiedad particular. Así lo revela por primera vez el nuevo Plan de Prevención y Defensa contra Incendios Forestales (Pladiga), que incorpora un análisis comparativo según el tipo de titularidad. ¿Por qué se queman más? La respuesta no es sencilla, pero el patrón existe y no puede ignorarse.
Según el documento, entre 2015 y 2024 se quemaron más de 97.000 hectáreas de montes vecinales, un 52,4% del total afectado por las llamas, pese a que estos representan solo un 32,5% del territorio forestal gallego. En cambio, los montes de propietarios particulares, que suponen el 64% del suelo forestal, registraron un 43,2% de la superficie quemada. En otras palabras: proporcionalmente, los comunales tienen el doble de probabilidad de arder.
Gestión desigual, resultados diferentes
El dato apunta directamente a un factor clave: la gestión. No todos los montes se cuidan igual, y no todos los propietarios tienen las mismas herramientas. En muchos montes vecinales falta organización, relevo generacional o medios técnicos. La atomización, el abandono y la complejidad legal de algunas comunidades de montes también juegan en contra. Sin embargo, el propio Pladiga reconoce que los incendios son fenómenos complejos, y que intervienen elementos como la cercanía a explotaciones ganaderas, la actividad cinegética o la presión urbana.
El problema no es solo técnico: es también social. El abandono rural, la falta de aprovechamiento y el envejecimiento del vecindario afectan directamente al monte. Y cuando no hay uso ni cuidado, la biomasa se acumula y el riesgo se dispara.
2024: un año con buenas noticias… y advertencias
A pesar de estas cifras, el balance de 2024 dejó algunos motivos para respirar. Con 755 incendios y 2.644 hectáreas quemadas, fue el año con menos fuegos desde que existen registros. La gran mayoría fueron conatos que no superaron las 25 hectáreas. Pero hay un “pero”: casi la mitad del fuego se concentró en la provincia de Ourense, lo que pone de nuevo el foco sobre los territorios más vulnerables.
Además, se confirma una tendencia preocupante: tres de cada cuatro incendios fueron provocados. La intencionalidad sigue siendo el gran enemigo, más allá de si el monte es comunal o privado.
Más medios, más tecnología, más prevención
El Pladiga no se limita al diagnóstico. Trae bajo el brazo una batería de actuaciones: refuerzo de la vigilancia con 181 cámaras y drones, actualización de los planes municipales de prevención, aumento del personal fijo-discontinuo, impulso a las quemas controladas y uso de nuevas herramientas digitales para anticipar zonas de alto riesgo.
Durante la campaña de verano (julio-septiembre, ampliable a octubre), más de 5.000 efectivos autonómicos, estatales y municipales estarán desplegados en Galicia. Además, 14 helicópteros, seis aviones de carga en tierra y otra decena de aeronaves estatales apoyarán desde el aire.
También se ampliará la vigilancia aérea con drones, no solo para detectar incendios, sino para monitorizar el estado de la biomasa y prevenir antes que apagar.
Lo que es de todos, ¿realmente es de nadie?
Más allá de los datos, este informe del Pladiga vuelve a poner sobre la mesa un dilema profundo: ¿qué ocurre cuando la tierra es de todos, pero nadie la siente como propia?
En muchos casos, los montes vecinales han perdido su alma colectiva. La emigración, el envejecimiento, la falta de participación y de sentido comunitario han vaciado de contenido esa figura tradicional. Y cuando lo común deja de ser percibido como valioso, se abandona. No hay gestión, no hay vigilancia, no hay cuidado. Y entonces el monte arde.
Lo privado se protege porque se siente como propio. Pero lo comunal necesita algo más: necesita comunidad. Y esa comunidad se construye con implicación, con arraigo, con presencia en el territorio.
Galicia necesita mirar de frente esta realidad. O recuperamos el compromiso con lo común, o nuestros montes seguirán pagando el precio del abandono